Las conductas que nos negamos a aceptar como propias, son los pecados que nos dificultan el camino hacia la felicidad, para nosotros y para todos los que nos rodean. Tomar consciencia de ellas es dar un paso al frente para mejorar nuestro mundo.
Internacional.- Nadie es perfecto, lo sabemos, pero hay conductas que dificultan la vida personal y la del entorno. La mayoría de ellas se cristaliza tras ciertas vivencias emocionales, por haber sido aprendidas de un modelo cercano o por herencia, genética según aseguran algunos especialistas. Y si bien la familia y los amigos pueden obviar dichas reacciones por amor, la relación con otros miembros de la sociedad termina siendo fuente de fracaso. Pero, aunque se diga que a partir de cierta edad, las actitudes de la persona no cambian, si se toma conciencia del daño y existe la voluntad para ser más feliz, se puede modificar aquellos pecados.
La soberbia. Esta conducta suele ser exasperante para quien debe interactuar con una persona soberbia. Se trata de gente que pocas veces admite sus errores, debe ganar siempre las discusiones y todo argumento ajeno le parece sin valor. Los demás lo hacen todo mal y hasta cuando ellos se equivocan, la culpa es del otro.
“Cuando no se habla sobre sus logros y éxitos, no sienten interés, ni comodidad y se distancian”, dice la psicóloga española Miriam González, en una entrevista realizada por efesalud.com. Por lo mismo, sus relaciones sociales tienden a ser complejas y, a ratos, verticales, donde son ellos los que tienen la verdad absoluta y los demás se someten a esa verdad o se alejan.
La mentira. La incapacidad de enfrentar la realidad, tal y como es, conduce a la mentira. Es más, de acuerdo al psiquiatra José Luis Catalán “Llevados por la inseguridad y desconfianza en nuestra capacidad de ser aceptados tal como somos, podemos caer en la tentación de adornar aquí y allá nuestra historia y nuestras habilidades de forma que causemos una impresión favorable en las demás personas”.
Así, la mentira es un recurso fácil para aparentar más de lo que somos, salir de los problemas y crear otros (como cuando escuchas detrás de la puerta en una oficina y vas a contarle al jefe lo que supuestamente oíste, que, de seguro estará un poco tergiversado). Se habla de la mentira blanca pero, lamentablemente, ésta conducirá con toda seguridad a la gran mentira, aquella que se dice sonriendo y mirando a los ojos. Lo que el mentiroso no considera es que en algún momento, todo se descubre y el valor de su persona cae, para siempre, con la careta.
La envidia. La mentira y la envidia están muy relacionadas en ciertos casos. Ocultar una situación que puede ser buena para otra persona, lleva al envidioso a estar seguro de si. Inventar historias sobre el envidiado, conseguir que los demás dejen de admirarlo/a, buscar y difundir sus defectos es el “leit motiv” del envidioso.
El acto de envidiar pone al envidioso en una situación de agresión e insatisfacción permanentes. Como no cree que tendrá lo que siempre ha querido, intenta derribar del pedestal a los que lo consiguen con facilidad. Si se dieran cuenta de que, con esa misma habilidad, podrían ayudar a elevar el nivel del mundo en el que se mueven y que, de seguro serían valorados por ello, se atreverían a orientar su energía hacia otro lado.
La manipulación. En algún momento de la vida nos hemos visto obligados a decir o hacer cosas que no queríamos: contar asuntos privados de otros, dejar los propios deseos de lado por complacer alguien más, enfrentar a los enemigos de alguien quien se ocultó tras de ti y un largo etcétera. Si te ha sucedido, te diré que éstos son ejemplos de lo que hace la manipulación.
Los manipuladores ven tu vulnerabilidad y la utilizan. La honestidad y lealtad son “credulidad” para ellos y el que teme a la confrontación y a decir que no, es candidato seguro a caer en sus redes. Sin embargo el manipulador termina atrapado en sus propias redes. Lamentablemente, ha destruido el alma de unos cuantos en el camino.
El orgulloso. Que nada funcionará si él o ella no están, es su slogan en la vida. Cree que es el único – o la única que lo hace todo bien- y se parece bastante al soberbio. Tiene un exceso de confianza en sus capacidades y no acepta ningún tipo de consejo, porque “se las sabe todas”. Con esa actitud, el orgulloso asegura una serie de roles en la vida, pero el más importante queda afuera: el amor sincero por la esencia, no por lo que es capaz de hacer. Claro, alguna vez tuvo éxito y eso lo habilita para tenerlo siempre, según su mentalidad, cosa que claramente no es así porque todo cambia.
No importa qué características o pecados encuentres en estas líneas, asegúrate de ser más flexible en tu próxima actuación. Recuerda que la mente abierta no es un decir, sino un hacer en medio del tráfago de la vida. C.V.