Marcia Hurtado vuelve a la carga, en esta columna, con sus reflexiones sobre la vida y las personas
Todos en algún momento hemos sido amigos o víctimas de la terrible “envidia”. La caracterizamos como un monstruo verde, grande peludo y dependiendo del tipo de envidia y hacia quien va dirigida, cambia un poco de aspecto, pasando de ser desde simpático y tierno, hasta un ser temible de quien es mejor correr despavoridos en dirección contraria.
El monstruito simpático y tierno, es nuestro amigo, pequeño, con ojos grandes y almendrados, su pelaje asemeja un peluche suave y delicado color verde limón. Es un pequeño brillante. Es un poco despeinado por supuesto, dada su condición de uno de los pecados capitales, es inofensivo, pero sigue siendo un monstruo. Es frecuente que se aparezca cuando vemos a alguna mujer despampanante, que nos hace vomitar desde las mismas vísceras; “yegua, la odio, se ve regia”. Así de inocente, y si lo pensamos bien puede ser hasta halagador para la mujer despampanante; estamos reconociendo su condición de estupenda. Creo que a eso le llamarían “sororidad” hoy en día, ¿o no?
También puede aparecer cuando vemos a alguien con una calidad innegable en ciertas artes, cantantes, actrices, dibujantes, escritores, en fin. Igual hay que reconocer que nos genera una relación contradictoria de “amor/odio”, amor porque nos encanta lo que hace y lo encontramos maravilloso, y odio porque de alguna manera quisiéramos tener su talento, el que obviamente no nos tiene como sus menores amigos, al menos en ese aspecto. Como ejemplo debo confesar que a mi me pasa con una cantante en especial, cada vez que la escucho, ya sea en vivo o en discos, lo único que puedo pensar es: ”ídola…cómo la odio”, y en realidad a única razón por la que la odio es porque quisiera con todo mi corazón algún día poder cantar como ella. Algo que jamás va a suceder.
Hasta aquí, sigue apareciendo en escena solo el monstruito que poco a poco se va transformado en un amigo más, a quien podemos llevar sentado en nuestros hombros para que observe el mundo tal como lo vemos nosotros.
El gran monstruo verde
El gran “pero” viene cuando aparece el MONSTRUO, así con mayúsculas. Este ya no es simpático ni tierno. Es temible, grande, macizo, sigue siendo igual de peludo y despeinado, pero su pelaje es áspero, duro y verde, muy verde. Tienes garras en patas y manos y sus ojos son tan oscuros que no puedes distinguir nada más que rabia en ellos. Esos ojos asustan a cualquiera. Con este monstruo mejor ni meterse.
Muy a nuestro pesar, ninguno de nosotros elige este tipo de relación con el monstruo. Este nos ataca sin piedad y somos sus víctimas, la mayoría de las veces sin quererlo, y de repente hasta sin notarlo, hasta que ocurre lo peor.
El monstruo se nos aparece susurrándonos al oído toda su ponzoña, tal vez se podría decir que ese veneno ha estado siempre dentro de nosotros y que el monstruo sólo se alimenta de él, sacando a relucir nuestra peor cara. Sin tapujos. Todos la tenemos, algunos, más desarrollada que otros.
Somos capaces de buscar los más horribles epítetos para descalificar a quien es el objeto de nuestra envidia, nos sorprendemos revisando cosas, hurgado en su vida, en su trabajo, en sus relaciones, para desacreditarlo y dejarlo mal parado. Pensamos que tenemos toda la razón y que es la verdad absoluta. Es ese otro el que se lo buscó, nos está quitando lo que es nuestro, todo lo que ha hecho lo hace mal, nosotros sí que lo hacemos bien, y finalmente es un riesgo del que hay que deshacerse.
A este monstruo, todos lo hemos llevado de la mano alguna vez, ya sea como su amigo o como su víctima. Cuidado con eso. No nos transformemos nosotros mismos en una versión 2.0 del monstruo verde. Marcia Hurtado