La columna de Marcia Hurtado*
Cuarenta y tantos. Es curioso cualquier acto nos traslada a otras épocas. Hace un par de semanas fui a bailar, hacía mucho tiempo que no salía. Algunos podrían decir que no estamos en edad, yo creo que a los cuarenta aún tenemos mucho que disfrutar. Me sigo sintiendo como una chiquilla de veintitantos, aunque después de la bailada quedé hasta con dolor en la rodilla ¿Será mi cuerpo el que me dice que ya no estoy para esos trotes?
La cosa es que fuimos a la fiesta Adrenalina en la discoteque Blondie, que se caracteriza por su ambiente más bien alternativo. Por lo general hacen eventos temáticos para una fauna bien específica de Santiago, ahí podemos encontrar punkys, góticos, dark. Abundan los maquillajes blancos, labios negros, mohicanos, bototos y ropa de cuero negra. Pero en esta ocasión la fauna éramos nosotros, los de cuarentaitantos.
Después de una semana de preparación, con mi cuñada revisábamos el look que íbamos a usar para rememorar los años mozos, aquellos primeros años de universidad, de chasquillas paradas con laca, a las que los más densos les decían “pájaro loco”; camisetas con el ombligo al aire – en ésos años, aún podíamos darnos el lujo de mostrar la guata y sin ningún rollo, ni de los mentales ni de los otros-. Creo que estuvimos intercambiando fotos de todo lo que teníamos para no parecer tan viejas, aunque no sé si nos resultó.
Llegamos temprano a la disco, poco antes de la 01:00, directo a la pista de baile. Ni siquiera miramos la nueva ambientación que, ahora promociona 4 salas de baile, con otros espacios, más cómodos para recibir a la fauna.
Como decía, llegamos directo a la pista de baile. Sonaban todas las canciones que en su momento bailamos en la universidad, en las famosas fiestas del casino, donde apenas podrías respirar con toda la gente moviéndose y saltando ahí adentro. Había un micro clima de los mil demonios, con una temperatura tan alta que era casi como meter la cabeza adentro del horno, y si se te ocurría salir, te morías de frío por el tremendo cambio de temperatura. ¡Cuántos resfríos fueron causados por culpa de ésas fiestas!
En fin. Al entrar, la multitud cuarentona saltaba al ritmo de “Freebola” de Glup, y yo me desbandé. Me acordé que sentía que ésa era mi canción, sobre todo la parte de “ella es una chica light, tiene un tatuaje en la piel” y yo automáticamente mostraba mi tatuaje de florcita que tengo en el hombro. Ese sábado canté y salté como nunca, con las Spice Girls, los Back Street Boys y los New Kids on the Block. Insisto, quedé con la rodilla adolorida de tanto saltar.
Al llegar a casa -a las 04:00-, por supuesto a dormir a pata suelta, con un molesto, pero agradable pitido en los oídos, nada más poner mi retumbante cabeza en la almohada, no supe más de mi alma.
Ahora, ya han pasado varios días. Sigo con la nostalgia noventera. Encontré mi “caja de tesoros” y entre ellos ¡estaban mis pases escolares de toda la década!, todos los del colegio, más los de la universidad, fotos antiguas, algunas dedicadas por los amigos de esos años.
Miraba ésas fotos y no podía creer, ¡TENGO CUARENTA AÑOS! Han pasado veintitrés años desde que salí del colegio, y dieciséis desde que salí de la universidad. Me siento igual, frente al espejo, me siento regia. He hecho algunos descubrimientos, como que los años son directamente proporcionales a los kilos y que, en mi caso, la genética ha trabajado bien, no tengo arrugas y muy pocas canas.
Pero, siempre hay un pero, o en este caso, varios peros, tengo el colesterol alto y una artrosis incipiente- herencia de mi familia materna- además del colon irritable con el gentil auspicio del árbol genealógico paternal.
Como sigo en mi letargo noventero, decidí ir más lejos y aprovechar la tecnología y mi cesantía. Busqué en youtube la teleserie “Adrenalina”…¡no lo podía creer!, era volver a ésos años, escuchar a “Proyecto Uno” o “Los Ilegales”, ver las camisetas cortas, falditas con botas, ropas de colores, chasquillas paradas. Ahora no la puedo dejar de ver. Paso todo el día pegada a mi computador, añorando una década que, pensándolo fríamente, no debe haber tenido nada de diferente a otras, pero fue la que me acompañó en mis años mozos y que me recuerda que definitivamente ya no tengo veinte años.
*Marcia Hurtado es asistente social, mediadora familiar y cuentista.
Con tu relato retrocedí en el tiempo y regrese a esos días, en la cual tuve la dicha de compartir contigo.
Fueron locos y geiales 😉