“El suéter de Emilio” por Pía Barros
Aunque nunca estudié leyes, asistí a esa escuela durante años, en los flancos de Paz Urzúa, Emilio y Gloria. Eran años turbios, de juegos intelectuales que ocultaban bajo llave los sentires políticos, las vidas paralelas y comportamientos disociados. Era lindo hablar horas con la Vietez, caminando parques, amando a Cortázar, descubriendo los pliegues de la literatura. No recuerdo que la risa fuese parte de esos tiempos, salvo con Emilio. Con Emilio la risa venía de las situaciones más insólitas, de las sofisticaciones sobrearticuladas de algunos, de los equívocos y juegos de palabras: “el espíritu de la ley” daba para tanto…
Inventábamos vidas y éramos personajes de las calles. Fue él quien a mi alrededor juntó a incipientes escritores, arrendó el altillo en la calle Soffia, y soñamos con financiarlo cobrando a los futuros talleristas; pero éramos pobres, ninguno podría pagar y las platas no eran nuestro fuerte. Lo decoramos con sobrantes robados a la casa y oficina de su padre, llevó afiches, juntamos libros para el “atelier” y jugamos a estar en París y hablar de literatura.
A Emilio no se le abrazaba, sólo nos colgábamos de su brazo y su ternura y transitábamos no más. Entre la Usach y la Chile, nos movíamos con fruición, corríamos tras los poetas y él envidiaba nuestra amistad de Forestal con Armando Rubio, las huidas de Rodrigo, los amores transitorios y las vidas de tragedia. Algún día seríamos escritores, cuando fuéramos grandes, aunque el gesto de crecer no fuera nuestro fuerte. Me encantaba estudiar con Emilio y escuchar sus recitales de códigos y artículos, llegué a saber derecho romano tomándole sus materias en voz alta, y qué linda voz tenía Emilio.
Escribimos como posesos y competíamos en quién tenía más cuentos, hasta que en una correría que no podía explicar, dejé mi maravillosa carpeta de madera (regalo de Emilio), con todos mis cuentos, en el asiento trasero de un taxi. Después, la vida, los amores truncos y los amores acertados, nos fueron separando.
La chiquita de ojos hermosos, hija del colorín artista, ahora creció y es aun mayor de lo que éramos por entonces. Envejecimos sin permiso y la chiquita crecida es ahora mi amiga y tu sobrina. Necesito un suéter viejo y grande que me abrace, porque escribo envuelta en suéteres enormes para sentirme perdida y escribir. Desde los tiempos que éramos, Daniela me trae tu suéter y me abrazas en estos instantes, contra tu voluntad, en el abrazo de antes, Emilio, cuando había tanto que escribir y una vida entera para hacerlo, ahora que la vida se contrae en un tiempo escaso y no sabemos cuánto queda, ni de qué escribir.
Pía Barros. Escritora, editora y conferencista chilena. Dirige los talleres literarios Ergo Sum desde 1976; también es directora de Ediciones Asterión. Sus cuentos han sido publicados en más de treinta antologías.
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