Poeta, traductor, narrador, académico y abogado, Enrique Winter es uno de los autores más destacados de la región de Valparaíso.
Reconocido a nivel internacional por su poesía y sus traducciones, Enrique Winter contagia su entusiasmo a los alumnos de la Universidad y de sus talleres. En cada una de sus facetas muestra pasión y sensibilidad, el deseo de conocer al otro y conocerse. Hablamos de sus proyectos iniciales, su historia escritural y su trabajo actual.
Eres una caja de sorpresas, además de todas tus actividades, me encontré con Agua en Polvo, una producción poética musical firmada por Winter-Planet…
…estaba lleno de sorpresas (ríe). Ese disco es de hace diez años, es el primer disco de Gonzalo Planet, un proyecto musical de Gonzalo que armamos como guión de ópera y fue muy gracioso. Así como un escultor tiene a su equipo trabajando sus materiales y él lo diseña, yo esto lo diseñé sin ser músico…decía “quiero que entren los violines después de ese verso, como la canción tal…
¡Hiciste el arreglo! ¿Qué pasó con ese proyecto?
¡Claro! Hacía arreglos sin ser músico, sin saber tocar “la” y “re” en la guitarra y tengo una voz de tarro…¿qué pasó? Tuve literalmente mis quince minutos de fama. Me bajé del escenario y tomé un avión al día siguiente, a Estados Unidos. Fue un avión al resto de mi vida. Tope en Alemania con algunos músicos de Australia, más jazzeros, hicimos variaciones…en Polonia.
¿Cómo han influido en tu escritura todos los viajes y lugares en los que has vivido?
Es bien interesante eso, porque existe una relación entre la literatura y el viaje que es muy directa. Yo le echo la culpa al clásico “En el camino” de Jack Kerouac, que lo leí en la adolescencia y me voló la cabeza. Todo lo que a mí me parecía sugerente, sensual, atractivo, tenía imágenes de libros como ese. Y siempre quise viajar y el tema central está en mi primer libro de poesía -Atar las naves-, escrito en la adolescencia, me parecía que la respuesta iba a estar afuera. Porque yo me sentía encerrado en el trayecto ida y vuelta en las micros en Santiago. Todas las oportunidades que tuve, cuando salí del colegio y cumplíi la mayoría de edad, sólo mochilié.
¿Cuáles fueron tus primeras rutas?
Me acuerdo que primero recorrí por la cordillera y por la costa al sur de Chile. Mi primer viaje al exterior por mi cuenta fue a Bolivia.
Fuiste recopilando imágenes, sensaciones y pensamientos…¿cuándo empiezas a traspasar esas imágenes a los poemas o la narrativa? ¿Qué fue primero?
Mis primeros poemas, sin duda, eran la manera de expresar esa experiencia, casi como dice García Márquez, vivir para contar. Casi que yo hacía cosas para ponerlas por escrito, digamos. Eso fue muy elocuente en mi segundo libro, Rascacielos. Esos grandes mochileos que comenzaron en Latinoamérica y terminaron después volviendo del intercambio en Estados Unidos, de la Chile (Universidad), llamé a la línea aérea, cosa impensable hoy, pidiendo “puedo cambiar mi vuelo para tres meses después y a ustedes les conviene porque lo tomo en la escala, en Costa Rica”…Me fui recorriendo país por país hasta Centro América y ese recorrido constituyó la mayor parte de mi material, Rascacielos. Algunos críticos han señalado que es una especie de novela en verso. Creo que era algo más cercano al teatro. Yo descubría personajes, entonces las personas que iba conociendo eran otros y yo escribía en primera persona sobre ellas y ellos, que hoy está sumamente puesto en entredicho. Tenía ese libro terminado ahí, por años sin publicar, hasta que me vine a vivir a Valparaíso, el 2007.
Y ¿qué pasó con ese libro?
Cuando llegué a Chile, me tocaba hacer la práctica de Derecho. En esa práctica, los primeros días me tocó defender a personas violentas, cosas terribles, completamente contrarias a mis buenas intenciones por las cuales estudié Derecho. Ahí nacen esos poemas con carga política que dan densidad a esos otros que todavía me parecen un poco turísticos. Ahí se da algo, yo veo esos poemas y los encuentro muy prosaicos, hay un deseo de contar tanto más fuerte que el de cantar, propio de la poesía.
Del paso a la narrativa
Además de sus libros de poesía, Enrique Winter ha publicado dos novelas “Bolsas de Basura” (Alquimia) y “Sobre nosotros callaremos” (Provincianos). La primera, dice, es la que quería escribir; la segunda, la que tenía que escribir.
Has dicho que por medio de la literatura se encuentran zonas desconocidas de uno mismo ¿qué encontraste que se pueda contar?
No, una perversión total (ríe) Recuerdo justamente el tránsito de poesía a narrativa, por ejemplo, cuando quería contar esta historia de la primera novela -de las Bolsas de basura – me di cuenta de que para empezar a escribir sobre eso, tenía todo un imaginario de taxidermia, de muerte y cuerpos descomponiéndose y cuando tenía que mover a alguien de una escena a otra, esa fluidez, ese tránsito propio de la narrativa, los dedos se me iban a cualquier parte, se me ocurría cualquier cosa horrenda y me daba cuenta cómo, desde la libertad de la poesía hasta ese momento que, de algún modo había un aparente dominio, no me hacía ver estas zonas y a mi me genera mucho placer darme cuenta de que la escritura tiene sus propias reglas. Que aparecen otras ideas argumentando, escribiendo ensayos o conversando. Me encanta el ejercicio de ir corrigiendo y corrigiéndome yo. Estas zonas oscuras que aparecen, me permiten ver, entender a los demás.
Hablando de la comprensión de los demás ¿qué tanto te aporta la traducción de gente como Dickinson, Bernstein y el resto de los autores con los que has trabajado?
Me pasa que, cuando traduzco, paso por oleadas. De hecho me está picando el bicho de nuevo. Voy a empezar ahora con Lorine Niedecker, una poeta estadounidense objetivista. Yo entro en ese mundo y estoy algunas semanas pensando, respirando, actuando como esas escrituras. Entro en un cierto ritmo, en una manera de pensar, casi como hacen los cristianos que tienen esas pulseritas de “qué haría Jesús en mi lugar”, ¿qué haría Emily Dickinson en mi lugar? Entro a tal profundidad que empiezo a anticiparme a mecanismos que tienen. Si yo no los tradujera y sólo los disfrutara como lector, no me daría cuenta de esos mecanismos, de esos procedimientos, de esas maneras de empujar sentidos, imágenes. Entonces hay algo detectivesco, como descifrar un enigma en ese aparatito literario que estoy convocando en otros idiomas.
¿Qué autores son los que te motivan más?
Sobre todo me interesan los poetas y algunos narradores que he traducido también, que dislocan su propia lengua, entonces hay un desafío de convertir eso que no es del todo inglés, en algo que no sería del todo castellano.
Difícil ¿Cómo consigues que funcione el sentido y el sonido?
Lo que hay que intentar es que ambas cosas se den al mismo tiempo. Como el caso de una jarra en Pomaire, preocupa que esté bonita, pero también preocupa que el agua no se chorree.
Enrique Winter
Enrique Winter nació en Santiago 1982 es poeta, narrador, académico y traductor. Magister de Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York y abogado de la Universidad de Chile.
Autor de los poemarios Atar las naves, Rascacielos, Guía de despacho , Lengua de señas y la antología La gentrificación del ciel, de las novelas Las bolsas de basura y Sobre nosotros callaremos, y del proyecto poético musical Winter Planet con el que grabó el álbum Agua en polvo. Sus libros han sido publicados en once países y cuatro idiomas. Traductor de libros de Emily Dickinson, de Gilberth Keith Chesterton, Philip Larkin y Charles Bernstein, entre otro ha recibido los premios Víctor Jara, Nacional de Poesía y Cuento Joven, Pablo de Rokha y premios en traducción. C.V.