La salud pública puede ser más o menos buena en nuestro país, pero la atención es por lo general mala y desconsiderada
Por Mary Rogers
Desde siempre he escuchado a la gente quejarse de la salud pública en Chile: que es mala, que hay que esperar hasta morirse por una hora para que te revise un especialista, que la atención es pésima y todos los etcéteras que ustedes también habrán oído más de una vez. Y claro, a uno le impresiona, pero no le duele hasta que le toca a alguien cercano. Por razones que creo haber explicado en otra columna, mis hijos y yo hemos debido pasar al sistema público. A mi, después de haber llorado la primera vez que me inscribí en el consultorio de mi comuna, no me importa mucho la situación, porque salvo la revisión anual a la que es sometido el público son pocas las veces que tengo que ir y además, como es una comuna del sector oriente, parece una clínica y la gente, por lo general atiende bien y es amable. Para mi hija, en cambio, la cosa es distinta.
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Ella tiene lupus (razón por la que nos desvincularon de la isapre) y debe controlarse cada cierto tiempo en el Hospital Salvador. Demás está decir lo deprimente que es el edificio, por su antigüedad y las condiciones en que se encuentra y en realidad eso no sería nada, si otras cosas anduvieran bien: los funcionarios, por ejemplo.
El mal trato al paciente, al menos en ese hospital, está institucionalizado. Si se llega a hacer una consulta por teléfono, se ríen del consultante. Cara a cara tratan a las personas como si fueran animales, con cero comprensión y nada de compasión. Claro, la mayoría de los asistentes son personas con poca educación o pocos recursos y eso les da, a muchos de los funcionarios y hasta a algunos médicos, el supuesto derecho de hablarle golpeado al paciente, sabiendo que su reclamo, si lo hubiese, caerá en el vacío.
Esta tarde, después de una consulta en dicho centro asistencial, mi hija escribió en el whatsapp “Hoy me sentía un cuye. La doctora y su asistente lo frías” y a mi me duele el alma, porque los malos tratos nada contribuyen a cualquier enfermedad, menos a una reumatológica, en la que las defensas hacen todo lo contrario…la atacan cuando su ánimo baja.
Sé que los funcionarios de la salud ganan poco, sé que así es el sistema, pero ¡por favor! cómo no puede haber un poquito de vocación, algo de compasión, un ponerse en los zapatos del otro. Mi hija es joven y es posible que en algún minuto pueda pagar una millonada para que la vean en una clínica o tal vez se vaya a otro país para recibir un trato médico digno, pero y ¿qué pasa con la gente que no tiene opciones? ¿Es justo que, además del dolor de sentirse enfermos, las personas deban aguantar el vejamen al que se los somete? Nunca seremos un país desarrollado si la gente que trabaja en la salud pública tiene actitudes prepotentes y poca voluntad.
Debo aclarar que conozco varios doctores con alta sensibilidad y he podido verlos actuar, no sólo conmigo en calidad de amiga, sino con sus pacientes, pero son los menos (en la salud pública)
Todos los gobiernos plantean programas para mejorar la salud y la educación, pero ninguno realmente llega a fondo con el problema en su totalidad. Se requiere una formación y una preparación a nivel psicológico para todos los funcionarios de la salud, porque “endurecerse” no les hace bien a ellos y menos a los pacientes.
Mary Rogers G
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