Texto y fotos: Marcelo Fernández Romo
Escribir sobre Zapallar es como escribir sobre mi vida. Creo tener fundados argumentos para hablar de este bello lugar. Soy uno de los 53 nietos de Don Evaristo Fernández Estay, nacido en 1891, siendo de los primeros e inolvidables vecinos de la localidad, que fueron dando vida al pueblo. El hecho de haber llevado la primera radio eléctrica, el primer vehículo motorizado y mantener la presidencia del club de fútbol por 32 años, lo convirtieron en parte de la historia zapallarina. En 1912 unió su vida a Carmen Köhnenkampf Cisternas, dando origen a una prolífica familia de diez hijos, que su longevidad (103 años él, 97 ella) les permitió disfrutar por mucho tiempo.
Mis numerosas vivencias colaboran para referirme con conocimiento de causa a ese hermoso pueblo, hoy convertido en un balneario de renombre. Mis primeras vacaciones, y luego el 90% de ellas, las viví entre esos cerros y roqueríos.
No olvido las tenebrosas historias de niños que regulaban nuestro comportamiento, como esa supuesta gallina de los huevos de oro oculta en el puente de la llamada “Quebrada honda” o la intimidante presencia de “el guatón Molina”, un corpulento camarero del Gran Hotel -frente a la casa de mi abuelo- y quien cruzaría la calle para venir a comernos si no desocupábamos en breves minutos el plato de arroz con machas que nos servía mi abuela; ¡cómo las odiaba!… hoy las amo. Con el tiempo, siendo ya un muchacho, mi padre adquirió una casa de veraneo, justamente vecina a la familia del bonachón señor Molina.
MI ABUELO Y SUS HISTORIAS
Las historias de mi abuelo estaban llenas de encanto, de sorpresas, y al decir de algunos, también de imaginación. Pero tengo la certeza de varias, como la inolvidable anécdota que relataba con mucha gracia: Un día, estando en su almacén “Emporio de Provisiones” -un verdadero mini market de estos días- se sorprendió ante el revuelo causado por varios pequeños que entraron en tropel a comprar. Entonces, les hizo un severo llamado a guardar la compostura, incluso tomando en forma amenazante su bastón, que detuvo a pocos centímetros de la humanidad de uno de los chicos, a quien la historia haría grande: el señor Patricio Aylwin Azócar, Presidente de la República entre 1990 y 1994.
Fui testigo de su gran amistad con don Víctor Santa Cruz Serrano, embajador chileno en Londres desde 1959 a 1970, con quien muchas veces mantuve entretenidas conversaciones -en torno a matinales cervezas- acerca de pormenores desconocidos del tipo de vida de la familia real inglesa, mis primeras vivencias como estudiante de medicina y nuestro pasado común de “institutanos”, vale decir, eternos ex alumnos del Instituto Nacional.
Cierta mañana nublada, un amigo de mi abuelo, el pintor don Pablo Vidor (director del Museo de Bellas Artes, 1930 a 1933), ubicándose en el frontis del almacén, se inspiró para inmortalizar, en su acertada creación, aquella esquina imborrable de mis recuerdos. Hoy afortunadamente ahí viven unos primos, conservando la tradición.
Un gran sueño de mi abuelo fue tener entre sus nietos un sacerdote y un médico. Uno de ellos abandonó el Seminario en el segundo año. Pero otro tuvo la oportunidad de ayudarlo cuando cursaba cuarto año de medicina, y logró permiso de sus profesores para ausentarse unos días de Santiago y viajar a asistirlo. A sus 95 años, estaba gravemente enfermo, y se descartaba toda posibilidad de mejoría, atribuyendo su mal a “cosas de la vejez”. Siempre agradeció mi visita y mi diagnóstico de neumonía, que fue superada con un oportuno tratamiento de antibióticos. Su vida se prolongaría por ocho años más, y lograría verme convertido en médico cirujano de la Universidad de Chile.
Y así, un sin fin de historias, mitos y anécdotas que me convirtieron en un gran admirador de mi abuelo y de Zapallar.
RINCÓN PRIVILEGIADO POR LA NATURALEZA
Paseos obligados, en esa lejana pero nunca olvidada infancia, eran las tardes de baño en el sector denominado la “Poza de la Virgen”, oculta entre centenarios pasos rocosos, que nos conducían hasta esa verdadera piscina natural. Cómo no recordar las excursiones con tardes de baño y picnic incluido para la hora de once, en la “Isla Seca”, la que nos quedaba bastante retirada del hogar y mucho más allá de la playa. O las noches de espera en el muelle, aguardando que un pez mordiera el anzuelo de nuestro nylon artesanal de pescadores aficionados. Imposible dejar de mencionar que para los días nublados, incluso de llovizna, no había mejor panorama que subir al “Cerro de La Cruz”, de sinuosos y agrestes senderos que nos hacían olvidar que estábamos a pocos metros de caer al mar. Nos distraíamos buscando lagartijas y otros bichos entre esos enmarañados matorrales. De pronto, sin darnos cuenta, nuestros padres nos tenían muy quietos rezando en la cima, a los pies de ese añoso ciprés, junto a la Cruz de Cristo que custodiaba al pueblo.
Imborrables aquellos ocasos anaranjados de la puesta de sol en la planicie del “Mar bravo” Cuando éramos niños, paseando en burritos, comiendo caramelos o en días de suerte, chocolates. Ya mayores, pololeando…
Me resulta inolvidable ese primer gran amor surgido sobre esa arena encendida. Perdí la cuenta de las tardes en que dije adiós, en aquel romance que duró -a pesar de la distancia- más de dos años, y que recuerdo con cariño porque es una amistad que aún se conserva, y que hasta el día de hoy le comento con naturalidad a mi esposa e hijos.
En mis incipientes pasos por el mundo de las letras, los dos poemas más extensos y profundos que escribí -a los 20 años- vieron su nacimiento bajo ese cielo.
Pasada mi adolescencia y con el freno natural y maduro que va teniendo la vida, comprendí que no podía haber una mejor instancia veraniega que escuchar música leyendo un buen libro o contemplando ese indefinido límite azul-verde-celeste, pintado como una acuarela flotante con el color de sus aguas, el de los cerros y el del cielo infinito, en ese idílico rincón privilegiado por la naturaleza.
Siguiendo la tradición de mi padre, año tras año volví con mis hijos a veranear en ese mágico lugar. Emplazado en el corazón de la Quinta Región, a 180 Kms. al noroeste de Santiago, oculto entre cerros y quebradas, teniendo por techo el cielo y por jardín el océano. Y si damos la espalda al horizonte, seguiremos ensimismados, esta vez, en sus contrastes arquitectónicos.
ENCLAVE DE ARISTÓCRATAS, POLÍTICOS Y EMPRESARIOS
Con un clima envidiable, es un destino elegido por muchos turistas extranjeros y nacionales, que buscan horas de remanso y de placer visual.
A principios del siglo XX, era un lugar destinado al apacible descanso de connotados aristócratas y políticos de la vida nacional. Enclave de florecientes empresarios y precursores del intelecto y las artes. Caracterizado, además, por un fuerte fervor religioso.
Por decenas de años, permaneció con una clara segregación entre la clase alta y la clase baja del país. En donde el comercio del pueblo sobrevivía durante el año, con el dinero dejado por los ilustres visitantes del verano. Sinónimo de buen pasar y de status de las clases acomodadas. Tanto así, que por largo tiempo existió la tácita imposición que al costado izquierdo de la gran roca que hay frente a la playa se ubicaba la alta sociedad, y al costado derecho la gente del pueblo y los veraneantes de clase media.
¿Pero qué pasó, después?
En gran parte, con el advenimiento de los turistas argentinos… “se revolvió el gallinero” y las rubias cabelleras del sector de elite fueron poco a poco matizadas por pigmentos más oscuros, que no conocían de esta clasista restricción. El mito de la roca -al parecer menos fuerte que ella- comenzaba a desintegrarse.
Además, se dio un movimiento socio cultural muy decidor. Los hijos de muchos hogares humildes salieron del pueblo a trabajar y estudiar a otros lugares; un gran número de ellos regresó convertido en elementos de una surgente clase media, otorgándole al lugar un más justo equilibrio social.
SABORES Y PICADAS
El quehacer gastronómico es un factor más de la atracción que el lugar ejerce sobre sus visitantes. Sabores del mar y de viñedos -incluso de la región- conforman la carta perfecta para dejar contento al más exigente de los paladares.
Recorriendo esas limpias calles, se descubre diferentes y además nuevos lugares de actividad culinaria. Últimamente han asomado pizzerías, sándwiches al paso, cafeterías y heladerías, que se sumaron al sugerente tour de sabores. El trayecto de apetitosos aromas nos conducirá incluso hasta el mismo borde costero, en donde podremos complacer tanto el gusto como la vista sin sentirnos culpables ni por nuestros bolsillos, ni por nuestro colesterol.
Muy conocido es el restaurant “El Culebra”, una verdadera picada en el corazón del pueblo, frecuentada por apetentes turistas. Sazonados y contundentes platos nos confirman que el dato fue acertado.
Si la idea es no instalarse por mucho rato, podemos encontrar en nuestro camino un buen trozo de pizza o un sabroso sándwich al paso.
Y continuando, entre helados artesanales y frutos secos, nos vamos acercando al muelle. Nos recibe uno de los establecimientos más publicitados del balneario, el restaurant “Chiringuito”, ubicado junto a los roqueríos aledaños al embarcadero. Los infaltables aperitivos mirando el mar, son parte de los rituales veraniegos. Está claro que sus valores no están al alcance de todos, pero pareciera que algunos deciden visitarlo por lo menos una vez en sus periplos estivales. Si el precio de los aperitivos ya es alto, ¡imaginen los platos de mariscos, pescados, vinos y postres! Pero igual, en ocasiones, hay que esperar varios minutos por una mesa.
Siguiendo nuestro paseo por la mítica “Rambla de Zapallar”, y luego de reconocer a algunos famosillos de la farándula criolla, llegamos al restaurant “El (nuevo) César”, icónico punto gastronómico frente a la playa. De todas maneras, acá también se requiere de un buen presupuesto. Pero tiene un enganche insuperable de índole familiar, porque gracias a esa cercana extensión de arena los padres pueden almorzar tranquilos –disfrutando machas, locos, congrios y corvinas–mientras sus hijos se divierten ahí, después de haber picoteado algo de sus platos, breve y mañosamente.
Podríamos deducir, entonces, que: pescados, mariscos, vinos, licores, helados y aromáticos cafés… en Zapallar son pecados veniales.
Este fragmento del paraíso, aunque sigue siendo un balneario que goza de gran privilegio y mantiene sus aires de exclusividad, es visitado cada vez más por veraneantes nacionales que ya no van sólo por el día a conocerlo.
En la agenda de todo viajero siempre habrá lugares alabados por todo el mundo, rincones que no se puede dejar de conocer. Y en este caso, yo les recomiendo- superada la pandemia- visitar el balneario de Zapallar.
Acabo de regresar de Zapallar….
Es tan claro y entretenido el artículo sobre este lugar que da la idea que vengo de ahí.
Conozco Zapallar y efectivamente es así, tal cual lo describe el doc
Y si no fuera por el texto relativamente limitado, tendría muchas otras cosa más que contar.
Felicitaciones, Marcelo. Buenas descripciones y un análisis sociológico muy acertado.
Aunque a veces a algunas personas no les gusta que uno toque aristas sociológicas, tratándose de lugares de élite.
Un descripción muy amena de cómo es ese lindo balneario. Siempre se agradece la pluma directa e informada del doctor Fernández Romo.
Y yo le agradezco su comentario señor Solís.
Nunca he estado en Zapallar, pero tras leer tan cautivadora nota termino con la sensación de haber vivido ahí en los últimos 100 años y apenas haber regresado a mi casa de Santiago… Una excelente síntesis del pasado y presente de tan bello lugar. Felicitaciones!
Agradezco el comentario. Me alegra haber logrado esa “transportación”. Era lo que pretendía el relato.
Querido (tío) Marcelo..que lindo leer sus palabras… Aunque soy de la otra generación de Evaristo Fernández tengo muchos recuerdos de él…y lo que Ud cuenta me emociona mucho. Porque se recuerda el entorno familiar que había en la época… Mi papá guarda en sus fotos una de mi hermano y yo chicos recitando para un aniversario de los abuelos. De Zapallar qué decir ha cambiado mucho en cuanto a las personas que hoy nos frecuentan ya que no existe tanta familiaridad con los que veranean pero eso no quita lo hermoso de mi pueblo… El mar… Paseos a la Caleta, al Cerro La Cruz, al mar bravo y hoy un hermoso paseo al Boldo para disfrutar en grande la hermosura
Gracias por su lindo texto y que Dios nos de la dicha de disfrutar como nuestros abuelos en su caso y bisabuelos en el mío de las maravillas de este paraíso
Le dejó un gran beso y muchos cariños
Anita
Gracias por tu comentario. Es verdad. Nunca debemos olvidar nuestras raíces. Hay que ser agradecidos de nuestro pasado y de nuestros antepasados.
Yo naci ahi a orillas del mar en la casa de mi querido abuelo Evaristo. Tu narración me llevó de regreso en el tiempo. Reviviendo nuevamente mi infancia y juventud en Zapallar. Bellos recuerdos.
Un gran saludo Fedo, y gracias por leerme. Nuestra infancia y adolescencia común solo me hablan de bellos recuerdos zapallarinos. Y fuiste “cupido” en el romance relatado…
Un relato cargado de experiencias y emociones tan detalladas, que es muy fácil trasladarse a Zapallar y vivir cada una de ellas.
Hermoso lugar! Maravilloso artículo! 👏
Muchas gracias Katherine. Tu comentario me hace felíz, porque para mí, este es un relato de vida.
Hermosa descripción que trae al presente tanto por recordar de un lugar cargado de historia, personas, momentos y bella geografía
Muchas gracias por tu comentario Alberto. Zapallar ha logrado mantenerse haciendo presente su pasado.
Muchas gracias Marcelo por los pedazos vivos de una hisotria que esta muy presente en la memoria, gracias a la transmisión oral de las familias. Mi recuerdo vivo del bisabuelito Evalisto y la bisabuela Carmela, en el relato de mi abuela María Salome y de mi madre María Cristina.
Gracias por el comentario.
En realidad recuerdos imborrables y personas inolvidables…
Maravillosa presentación, incluso apta para publicidad turística. Narrativa muy entretenida ,de hecho, dan deseos de estar allá, bonitas fotos, muy singulares anécdotas. Haces sentir como si Zapallar fuera tuya e invitas a visitarla con una narrativa de alguien muy agradecido de todo lo vivido en el lugar, que guarda bonitos recuerdos y que mantiene fuertes lazos afectivos con las personas que allá habitan. Excelente y óptimo…
Agradezco los conceptos vertidos. Sobre todo por venir de un gran amigo, Gabriel Andreani, que alguna vez participó en el Festival de la voz de Zapallar, junto a otro entrañable como Germán González, alcanzando un expectante segundo lugar.
Felicitaciones, primo. Buen relato de tu Zapallar querido. Bonito lugar, pero me quedo con las playas del Caribe.
La que puede… puede. Un abrazo.